En la obra de Mayra Castro, la naturaleza funciona como un punto de partida para construir espacios psicológicos y atmosféricos que no buscan retratar la realidad, sino acceder a un estado emocional o energético capaz de capturar un momento o un lugar imaginario. Sus imágenes se conforman a partir de fragmentos de memoria y sueños, habitadas por presencias sutiles que emergen como paisajes oníricos.

En su práctica aparecen de manera recurrente elementos de la naturaleza —montañas, flores, agua en movimiento— y temas como el rastro de lo humano en la inmensidad del paisaje. Lo femenino, lo nocturno y lo animal retornan una y otra vez, jugando con ese límite entre lo imaginado, lo real y lo añorado.

Su trabajo se sitúa en un territorio donde las formas se revelan lentamente, invitando a una contemplación que permita que la imagen active resonancias personales. Más que ofrecer certezas, su pintura abre espacios sensibles, lugares donde la intuición, la memoria y la percepción dialogan sin necesidad de cerrarse en una única lectura.